Tenía problemas para concentrarme en mi libro gracias a un niño que hablaba sin parar al otro lado del pasillo.
—¡Papá! —dijo el niño—. ¿Está toda la gente yendo a Londres?
—No sé —contestó el padre.
—¡Papá! ¿A cuánto queda Londres en tren?
—Tres horas.
—¡Papá! Si una persona no tuviera suficiente dinero para pagar el billete de tren y necesitara caminar toda la ruta a Londres, ¿cuánto tardaría?
—Unos días.
—¡Papá! Y cuando llegara a Londres, ¿estaría muerta?
—Sí —respondió de nuevo el padre—. Muerta de cansancio.