A las cinco de la mañana estoy sentado en el suelo del salón, disfrutando de escuchar el silencio. De vez en cuando oigo un coche conduciendo por las calles que, por lo demás, están vacías. A las seis, los pájaros se despiertan y empiezan a piar. A partir de las siete los humanos se ponen en marcha, uno detrás del otro, y la ciudad se llena de vida. A las ocho, me duermo.