Disfruté corriendo en mi bicicleta cuesta abajo. El sol reflejaba en mi frente y el viento jugaba con los cabellos que se asomaban por debajo del casco. Sentí un cosquilleo en el estómago porque la velocidad iba llegando al límite de lo que podía manejar cómodamente.
Estaba en el séptimo cielo, hasta que me di cuenta de que al volver a casa necesitaría pagar por este momento de alegría subiendo la colina.