José miró fijamente a su amigo que estaba sentado al otro lado de la mesa, hablando sin parar. Observó cómo las fosas nasales vibraban en sintonía con las palabras que fluían de su boca. José disfrutó siguiendo el movimiento de la nuez de Adán de su amigo, que oscilaba de arriba abajo como boya en agua turbulenta.
José no tenía ni idea de qué estaba hablando su amigo. Todos hemos nacido con diferente sensibilidad en los sentidos. La visión de José era mucho más reactiva que su oído. Por lo tanto, elegía como amigos a gente que hablaba mucho pero cuyo discurso tenía poco contenido y no requería necesariamente de una audiencia.